Aquella misma mañana, Helms le había dicho a Tom Polgar, que ahora era el jefe de la base de Buenos Aires, que tomara el primer avión hacia Washington, y que se llevara consigo al jefe de la Junta Militar argentina, general Alejandro Lanusse. El general era un hombre nada sentimental, que en la década de 1960 había pasado cuatro años en la cárcel después de un golpe fallido. La tarde del día siguiente, 15 de Septiembre, Polgar y Lanusse estaban sentados en la suite del director en el cuartel general de la CIA, aguardando a que Helms regresara de una reunion con Nixon y Kissinger.
"Helms estaba muy nervioso cuando volvió", recordaría Polgar. Y no le faltaban razones. Nixon le había ordenado que organizara un golpe militar sin decírselo al Secretario de Estado, al Secretario de Defensa, el Embajador estadounidense o al jefe de la base. Helms garrapateba las órdenes del presidente en un bloc
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Helms tenia cuarenta y ocho horas para presenter un plan de ataque a Kissinger, y cuarenta y nueve días para frenar a Allende.
Tom Polgar conocía a Richard Helms desde hacía veinticinco años. Habían empezado juntos en la base de Berlín en 1945. Cuando entró, Polgar miró a los ojos a su viejo amigo y percibió un atisbo de desesperación. Helms se dirigió al general Lanusse y le preguntó que querría su Junta por ayudar a derrocar a Allende.
-Señor Helms-le dijo-, Usted ya tiene su Vietnam, no me haga a mí tener el mío
LEGADO DE CENIZAS
La historia de la CIA
Tim Weiner pg.324
Ed. DEBATE
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