Según la antropología cultural se comienza a ser viejo cuando se pierden tres capacidades: amar, sonreír y asombrarse. Por eso hay "jóvenes viejos". En cambio, se empieza a ser anciano cuando aparece la sabiduría: se tiene la capacidad de reflexionar sobre el sentido de la vida y se asume la experiencia de lo vivido para encontrar un nuevo sentido y desarrollar nuevos proyectos.
Se empieza a ser viejo cuando solo se tienen recuerdos, se es anciano mientras haya proyectos de vida; ser viejo es decir: "Todo tiempo pasado fue mejor", y ser anciano es no defender lo Viejo solo porque es Viejo, no condenar lo Nuevo solo porque es Nuevo.
Dice el filósofo suizo Henry Amiel: " Saber cómo envejecer es la obra maestra de la sabiduría y uno de los capítulos mas difíciles en el sublime arte de vivir" (Fabbri, 1987). Ahora bien, debemos evitar el endiosamiento, porque no por ser anciano se es necesariamente sabio o bueno. A veces los años aumentan la maldad y la ignorancia.
Creo que existen dos condiciones para una ancianidad saludable: mantener lazos afectivos y una participación social activa. Lo que más necesita un anciano es que se lo quiera y lo que más lo enferma es que se lo discrimine. ¿Qué hacer con los ancianos?. Escucharlos, no compadecernos; necesitarlos en y con su experiencia incorporarlos activamente en la vida social; más que un demandante considerarlos un recurso para la sociedad.
Dijo la bellísima Claudia Cardinale: " No pienso operarme de las arrugas, sería borrar mis recuerdos". Entonces, ante el sueño cosmético de la "eterna juventud", maravillémosnos con la "estética de la ancianidad"
".....Viejo es el viento y todavía sopla..." Roberto Mano de Piedra Durán
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