El debate ya es un clásico y de las
respuestas posibles se
desprenden distintas concepciones
sobre el ser humano. También
consecuencias prácticas en la
manera de encarar la educación y las
diferencias sociales.
Durante muchísimos años estuve a la
búsqueda de una buena definición
de la palabra inteligencia ¿Qué es exactamente? Todo el mundo,
y cuando digo todo es porque no hay manera de haber hablado con
alguien que en algún momento no hubiera dicho: “es un tipo muy
inteligente” o “una persona muy inteligente” o bien, “tiene una
inteligencia descomunal” o al revés, “no tiene un gramo de
inteligencia”.
Paro acá, porque usted ya entiende
de qué hablo. Pero lo que me
asombra es que si uno le pide a
alguien que le diga qué es la
inteligencia, lo más probable es
que se encuentre con respuestas muy
variadas y dispares.
a) Se trata de la capacidad para resolver
problemas.
b) Se trata de la capacidad para
adaptarse rápido a situaciones nuevas.
c) La habilidad para comprender,
entender y sacar provecho de la experiencia.
d) La capacidad de un individuo para percibir, interpretar y
responder a su entorno.
e) La habilidad innata en percibir
relaciones e identificar co-relaciones.
f) La destreza para encontrar correctamente
similitudes y diferencias, y reconocer cosas que
son idénticas.
Obviamente, la lista podría
continuar. Hubiera bastado que le dedicara más tiempo a recorrer
Internet o buscar en las enciclopedias que tengo a mano. El
problema reside en que no hay una definición aceptada universalmente
sobre lo que significa.
Entonces, ¿de qué habla la gente cuando habla
de inteligencia?
Más allá de mi resistencia y que me
cueste aceptarlo, hay un hilo
conductor en lo que cada uno cree
que dice cuando habla de la
inteligencia de una persona.
Pero tengo preguntas
inmediatamente.
Sea lo que sea la inteligencia,
- ¿Uno es inteligente para todo?
- Una persona inteligente para los
negocios, ¿es también inteligente
para la física?
- Para ser inteligente, ¿uno tiene
que ser rápido?
- ¿Tiene que llegar a las
conclusiones más rápido que la media? Y por otro lado, ¿cómo se mide la
media?
- ¿Puede uno ser inteligente solo
siendo profundo pero no necesariamente rápido?
- ¿Ser inteligente es tener ideas
nuevas?
- Las personas inteligentes, ¿están
preparadas para entender todas
las preguntas y buscar las
respuestas?
- ¿Dónde está el punto o la línea,
en donde uno pasa de no-inteligente a inteligente?
Las posiciones clásicas
Históricamente hay ya planteado un
debate sobre el tema y, por
supuesto, hay varios ángulos para
entrarle.
Unos sostienen que es una cuestión
genética y, por ende, hereditaria. Otros, que depende del
ambiente en el que el chico se desarrolla, los estímulos que
recibe.
Y en el medio, todos los demás.
Desde 1930 se discute si la
inteligencia es sólo genética o determinada directamente por las
condiciones de contorno.
Pero fue en la década del ’60 y del ’70 en
donde se produjo el vuelco más dramático entre el discurso público
y el privado: nadie se atrevía a
decir abiertamente lo que los
científicos especialistas en el área
comentaban en voz baja: la
inteligencia –para ellos, claro está–
tiene un fuerte componente genético
y, por lo tanto, hereditario.
En Estados Unidos, se publicó en
1994 la primera edición del libro
The Bell Curve. Intelligence
and class structure in American Life
(“La Curva de Bell. La inteligencia y la estructura de clases en la vida norteamericana”).
Se convirtió
automáticamente en un best-seller y generó todas las
polémicas imaginables.
Sus autores, Richard J. Herrnstein y Charles
Murray, presumen de haber encontrado una buena definición de
inteligencia, formas de cuantificarla y, por lo tanto, formas de medirla.
Aparecen análisis estadísticos (que
ellos interpretan como irrefutables
desde el punto de vista científico) y un estudio
pormenorizado del IQ (Intelligence Quotient, cociente de inteligencia
o coeficiente de inteligencia).
El IQ se transformó en el método
más general para expresar la
performance intelectual de una
persona cuando uno la compara con la
de una población dada. El libro dividió a la sociedad
norteamericana (no necesariamente en partes iguales). Quienes adhieren a las
conclusiones de Herrnstein y Murray son vistos como
reaccionarios de ultraderecha (y lo bien que hacen).
Los otros quedan ubicados
en el amplio espectro que queda libre.
Lo que resultaría indispensable es analizar lo que se discute desde
un punto de vista más
desapasionado. Es difícil debatir sobre un
tópico tan inasible e indefinible
con certeza.
Otros científicos están fuertemente
en desacuerdo con los tests de
inteligencia (y tambien lo bien que hacen)
, “porque –sostienen– la más importante de las cualidades
humanas es demasiado diversa,
demasiado compleja, demasiado
cambiante y demasiado dependiente del contexto cultural y –sobre todo–
demasiado subjetiva para ser medida por respuestas a una mera lista de
preguntas”.
Y siguen: “La inteligencia es más
equiparable a la belleza o a la
justicia que a la altura o el peso.
Antes que algo pueda ser medido
necesita ser definido”.
Desde otro lugar, Howard Gardner,
psicólogo de Harvard, sostiene que
“no hay un solo tipo de
inteligencia o una inteligencia general,
sino siete caracterizaciones bien
definidas: linguística, musical,
lógica-matemática, espacial,
corporal y dos formas de inteligencia
personal (intrapersonal e
interpersonal), basadas en la capacidad
computacional única de cada persona”. Y
agrega: “Sé que mis críticos
dicen que lo único que hice fue
redefinir la palabra ‘inteligencia’
extendiéndola hasta lugares que
para otros ocupa lo que se llama
‘talento’. Pero si algunos quieren
denominar al pensamiento lógico y
al lenguaje como ‘talentos’ y
aceptan sacarlos del pedestal que
ocupan actualmente, no tengo
problemas en hablar sobre ‘talentos
múltiples’ que puedan tener las personas”.
¿Ambiente o herencia?
Los debates ardientes continúan
entre los que atribuyen la
inteligencia al contexto social de
educación y los del otro lado del
mostrador, que la ven como
genéticamente determinada desde el
momento de la concepción. Así
puesto, el tema hierve, porque toca
las controvertidas cuestiones de
educación, clases sociales y relaciones raciales.
Mi posición frente a este debate es
que las condiciones de contorno
son esenciales. Un ejemplo: si el
día que yo nací hubieran equivocado al bebé que le llevaron
a mis padres, estoy seguro de que el chico que se hubiera
desarrollado en mi casa hubiera tenido altas posibilidades de desarrollar sus
habilidades libremente. Claro, no necesariamente hubiese sido ni
matemático ni periodista. Pero lo que me queda claro es que hubiera
explotado la habilidad “de fábrica” que tiene cada persona al nacer.
No quiero aparecer como un experto
en el tema, ni mucho menos. Sólo
quiero plantear un problema que
circula hace mucho tiempo y que no
tiene solución aparente. Mi opinión
es sólo una más, tan valiosa (o no) como la de cualquier otra/o.
Pero la quiero dar igual: estoy
convencido que todos nacemos con
alguna destreza, con el gusto por
algo particular, con algún talento
o facilidad. Pero si un niño, desde
el momento en que nace se
desarrolla en un medio ambiente sin
posibilidades económicas, o sin
estímulos adecuados, es muy
probable que nunca llegue a descuqué le gusta, ni qué disfruta.
Si les diéramos a todos los niños la
posibilidad de vivir en condiciones de desarrollar todo su
potencial entonces, después, podríamos analizar quién es
inteligente y quién no. Aunque ni siquiera nos hayamos puesto de
acuerdo con lo que quiere decir.
Adrian Paenza
Para el que escribe este blog UN GENIO