viernes, 21 de junio de 2013

CASTILLA

El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- , el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde.
 Al pomo de la espada y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes, de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal responde...
Hay una niña muy débil y muy blanca en el umbral.
Es toda ojos azules y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba su carita curiosa y asustada.
“¡Buen Cid, pasad...! El rey nos dará muerte, arruinará la casa,
y sembrará de sal el pobre campo que mi padre trabaja...

Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid no ganáis nada!”
Calla la niña y llora sin gemido...

Un sollozo infantil cruza la escuadra de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita “¡En marcha!”
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana, al desierto, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.

Manuel Machado (1874-1947)